Cuando veo a los adultos llevando a sus bebés caminar tirando de sus bracitos, me viene un sentimiento fortísimo de desesperación interna. Soy consciente de los riesgos que conlleva ese hábito, y no soy capaz de decírselo. Es tremendamente violento que un desconocido se acerque, aún con las mejore intenciones, para “darte una mano” y termine haciéndote sentir obsoleto, poco idóneo o simplemente mal padre o madre. ¡Qué enorme contradicción ver un daño en curso y no poder actuar!
Muchos conocidos míos coinciden en describirme como una persona un poco exagerada. Coincido con ellos. Exagerada. ¿O Apasionada?Cuando hablo de daño en curso, tengo mis razones, y son varias. Algunas a corto plazo, otras a mediano y largo plazo.
Por ejemplo, en esta foto, esta niña parece disfrutar de la actividad y no hay aparentemente nada malo que pueda estar ocurriéndole. Sin embargo hay un detalle a mencionar. Ella está caminando gracias a una ayuda externa, a la que debe adaptarse. Y está creando un patrón corporal, ya que está caminando por primera vez. Estar de pie, vertical, es posible gracias a haber podido lograr sostener todo el cuerpo por completo, con todos los ajustes del equilibrio que esto implica. Sin embargo, cuando el equilibrio se logra mediante una intervención, de alguna manera el esquema se altera. El niño ya no sabe estar solo. Ahora se ha vuelto reactivo. Espera la ayuda. Pide la mano. El adulto muchas veces se justifica “él me lo pide”. Yo me pregunto quién se lo propuso primero.
En esta imagen, por ejemplo, se aprecia que la niña no sólo no está en un equilibrio armónico, sino que es evidente que no lo está disfrutando en absoluto.
El adulto tampoco puede realmente pasarla demasiado bien: se lo ve obligado a estar inclinado, con evidentes exigencias antifisiológicas para su propia columna vertebral. Amén de no poder hacer otra cosa que llevar a la niña de las manos. (Adulto en modalidad anti manos libres.) Imaginemos por un instante que el adulto se ha cansado de la situación y ha decidido soltar a la niña. ¿Qué ocurriría? Es claro que ella no quedaría en una situación muy satisfactoria. Ya nadie la sostiene. Ya no puede ni siquiera ejercer la resistencia enorme que se ve en la imagen. Una desregulación clara.
También es visible otra consecuencia adaptativa a la intervención del adulto: la posición de los brazos. Nadie camina así por la vida, con los brazos a la altura de los hombros. Es evidente que los niños que vemos en estas imágenes están siendo intervenidos por los adultos, y se generan en su esquema de postura y movimiento claras respuestas reactivas que los desvía de la construcción de un eje organizado, armónico y autónomo.
Otro riesgo es la posibilidad real de generar una luxación de la articulación del codo o del hombro. Los traumatólogos infantiles son los que insisten con evitar la práctica de levantar a los niños por los brazos. De ninguna manera los delicados bracitos infantiles están capacitados para sostener todo el peso corporal de un niño. ¡Y mucho menos colgando de ellos! Son articulaciones sumamente blandas que sobre todo hay que cuidar si exponerlas a exigencias tales como este tipo de hiperextensiones,
Ver y hacer esto todo el tiempo no lo convierte en saludable
¿Cómo es la experiencia antigravitatoria de esta niña? ¿Qué noción de verticalidad está desarrollando?
Muchos se preguntarán qué ocurriría si el adulto no interviniera en el niño. Dudan de si éste realmente lograría ponerse de pie, y luego, caminar. Sin recibir jamás ayuda. Y la respuesta es Sí. ¡Y mejor que nunca! Un niño que gestiona sus propias posturas siempre elegirá la mejor. La más eficaz, la más cómoda, la más placentera. Un niño que ha desarrollado su motricidad de manera autónoma difícilmente se ponga en riesgo, porque conoce bien sus propios límites. Sabe hasta dónde. Cómo. Cuándo. Tiene sentido de la fuerza propia, del cálculo y de la oportunidad. Es un niño que conoce la autoregulación, desarrollada por su propia experiencia corporal. No tiene que satisfacer las expectativas de nadie. No necesita la aprobación de nadie (también me duelen los oídos cada vez que escucho “¡muy bien!!”). Sabe perfectamente lo que puede y lo que no, lo que quiere y lo que no, lo que va pudiendo y cómo. Administran constantemente su actividad. Suelen ser niños sumamente entusiastas, satisfechos y en paz consigo mismos y con su entorno. Nadie les debe nada. Nigún adulto se cansa de llevarlo de los bracitos, porque sencillamente no lo hacen. El adulto interactúa CON el niño, no actúa SOBRE el niño. Un mundo de diferencia, Antes de erguirse: el equilibrio comienza en cuclillas.
Primeros pasos mientras mamá mira.
Un equilibrio perfecto, armónico y eficaz: ella no debe luchar contra nada. NI contra la gravedad ni contra las falsas ayudas.
Después de leer mis reflexiones, ¿se entiende mi pasión? ¿Y mi torpeza, cuando no puedo evitar un comentario de suegra en la plaza? Lo juro, ¡es con las mejores intenciones!
“Cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo verdadero.” María Montessori.